En muchos aspectos Carolina Suárez
era una niñita muy simpática. Su cabello era largo y brillante, tenía lindos
ojos azules, y cuando estaba bien vestida y lista para irse a la escuela, los
que la veían sin duda pensaban que no había en todo el mundo una niñita más
bonita que ella.
Pero había dos Carolinas. Una era
la de la casa, y la otra de la escuela. La Carolina de la casa se quedaba en la
puerta cada mañana, y volvía a entrar por la tarde antes de la cena cuando la
Carolina de la escuela volvía.
Ahora bien, la Carolina de casa
era una niñita muy regañona, de rostro amargo, y desobediente, muy distinta de
la Carolina que todos veían afuera y que parecía una niñita tan buena y bonita.
La madre estaba sumamente
preocupada con sus dos Carolinas. ¿Qué podría hacer?
Debo decir que a Carolina le
gustaba mucho su maestra. De hecho, a juzgar por la forma en que actuaba, parecía
como si la quisiera más que a su propia madre. Le llevaba flores y otros
objetos hermosos de regalo, para mostrarle su afecto, y desde luego, la maestra
que veía solamente a la Carolina de la escuela, pensaba que siempre se portaba
muy bien.
Un día, la Carolina de la escuela
llegó a casa y como siempre, se convirtió en la puerta de la entrada, en la
Carolina de la casa. Después de un rato, la mamá la llamó y le dijo:
-
¿Quieres ir a la tienda y traerme algunas cosas que
necesito? Aquí está la lista.
-
No, no quiero, estoy cansada – dijo la Carolina
del hogar en tono desabrido.
Sin embargo, y tras mucho protestar,
decidió ir.
Mientras la niña estaba ausente,
la señora Suárez recibió una visita que venía a planear la siguiente reunión de
padres y maestros. La señora Suárez la invitó a cenar.
-
Tenga la bondad de acomodarse en la sala – dijo la
señora Suárez, mientras yo preparo algunas cosas en la cocina. Puede usar mi
escritorio, y dejaré la puerta abierta para que conversemos.
Poco después Carolina entró en la
cocina, golpeando con fuerza la puerta trasera y quejándose de cuán pesada
estaba la bolsa.
-
Aquí están tus cosas – dijo, tirando con
descuido la bolsa al suelo-. Ahora me voy a jugar.
-
Pero mamá está cansada, ¿no quisieras ayudarla a
terminar su trabajo?
-
¡No, no quiero ayudar!
-
Bueno, tienes que poner la mesa para la cena.
-
¡No quiero!
-
Pero tienes que hacer algo para ayudar a mamá. Por
favor, Carolina, arregla la mesa.
-
¡Oh, me revienta tener que poner la mesa! –
exclamó Carolina, dando un portazo y poniendo una cara capaz de asustar a
cualquiera. Sacó el mantel de su cajón en medio de muchos regaños y quejas, y
lo extendió sobre la mesa sin ningún cuidado. Luego sacó los cuchillos y tenedores,
los puso junto a dos platos, y se preparó para salir del cuarto.
Era evidente que la mamá se
hallaba disgustada, pero no dijo nada hasta que Carolina estaba por salir. Entonces
anunció:
-
Carolina, coloca un plato extra en la mesa. Tenemos
una visita para la cena. De hecho, puedes ir ahora mismo a invitarla a pasar. Está
en la sala.
Sorprendida, Carolina se dio
vuelta a mirar, y notó que la puerta de la sala estaba abierta.
-
¡Pero, mamaíta! – ahora su tono era muy distinto
-, la mesa no está puesta para visitas.
-
No, pero está puesta para mamá.
-
¡Pero, mamá me gustaría arreglarla mejor!
-
Es demasiado tarde ahora. No debemos hacer
esperar a nuestra visita. Hazla pasar.
Estremecida de temor y de vergüenza,
Carolina entró en la sala.
-
Mamá dice que tenga la bondad de …
Se detuvo en seco. ¡La visita era
su maestra!
-
¡Oh, es mi maestra! ¿Y usted ha escuchado todo
lo que he estado diciendo? ¡Qué terrible! – exclamó Carolina, estallando en lágrimas.
-
Siento mucho ver que mi pequeña Carolina no es
la misma en el hogar que en la escuela – dijo la maestra.
-
¡Oh, cuán avergonzada estoy! – exclamó Carolina
entre sollozos. ¡nunca más volveré a portarme tan mal!
Y, a decir verdad, nunca más volvió
a hacerlo.
Fuente: Maxwer, Arturo S. (1988).
Mis historias favoritas. Editorial
Printer Colombiana Ltda. Colombia.
Eso puede pasar en los niños
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