En el salón de clase había dos
alumnos que tenían el mismo apellido: Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más
pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra: indisciplinado, poco
aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era
un alumno ejemplar.
Tras la reunión de
representantes, una señora de modales muy finos se presentó a la maestra como
la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la
maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era
un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el
Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su
maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre lágrimas: “Muchas gracias por
haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un
placer tenerme en su clase. ¡Con qué
alegría me lo decía mi mamá! ¡Qué feliz estaba! Yo sé que hasta ahora no he
sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”.
La maestra cayó en cuenta de
su error pero no dijo nada. Solo sonrió y acarició levemente la cabeza de
Urdaneta con un gesto de profundo cariño. El pequeño Urdaneta cambió totalmente
desde entonces y fue, realmente, un placer tenerlo en clases.
Fuente:
Pérez E., Antonio. (2000). Para educar valores. Nuevas parábolas. Editorial San
Pablo. Caracas. Venezuela.
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